La sigla de Propuesta Republicana (PRO) no es una coincidencia,
su significado al igual que la campaña llamada ‘revolución de la
alegría’ (que devino en un gobierno de facto conservador) tensiona lo discursivo con la práctica y convoca a las masas por el miedo y el odio. Por Renzo Righelato*.
Según el diccionario de Latín VOX, prȯ es una
preposición de ablativo que puede significar, entre otros usos, “por”,
“en virtud de…”; “en defensa de…”; “en sustitución de…”. La Real
Academia Española (RAE) explica que en castellano pro viene del latín vulgar prode ‘provecho’ y este del latín prodest “es útil”. Pro,
puede ser “una ventaja favorable”; “provecho o utilidad”; puede
significar (según la relación sintagmática) una locución adjetiva de una
persona que cumple puntualmente sus obligaciones o se distingue por sus
buenas cualidades; o, también, puede ser una locución propositiva “a
favor de…”.
Ingenuo sería pensar que quienes gobiernan el país no maquinaron
finamente su imagen; una “revolución de la alegría”, un concepto
apreciado por el movimiento obrero y el socialismo utilizado para llevar
adelante la contra-revolución, la restauración de aquel orden
cuestionado en el 2001, proceso que inició el kirchnerismo y continuó su
fiel legatario el PRO.
Para estar en el poder se valió del odio (como ahora pasa en Estados
Unidos entre Republicanos y Demócratas y como pasó en Inglaterra ante el
Brexit) ocultando su profunda matriz ideológica con la farsa del fin de
la ideología. Sus globos de colores, la música y sus discursos vacíos
que componían una escena calculada sugerían un estadio de felicidad como
el fin en sí, el telos, una propuesta hedonista (bien contemporánea) en
contraposición al imperativo categórico de la historia: la libertad.
La sigla fue parte de la composición, no fue algo naíf, ya que “ser pro” reflejaría, conceptualmente, un estado ideal del ciudadano ante las Leyes, como hijos de su tiempo.
No hubo farsa. El Estado ideal del macrismo es el orden del status quo,
que su antecesor contuvo, al mejor estilo peronista
“pseudo-bonapartista”, conciliando las clases, aunque discursivamente se
ideó un enfrentamiento con la burguesía y el clero (por momentos).
La propuesta de Mauricio Macri no es más que una profunda
radicalización del traslado del capital de los asalariados a los dueños
de los medios de producción; un fuerte ajuste sobre la clase trabajadora
que implicó la pérdida del poder adquisitivo, el aumento de la tasa de
desempleo y el paro.
El gobierno ya deviene en un movimiento de masas que odian “a los
pobres que tiene planes sociales”, que reivindican a los genocidas del
golpe de Estado cívico-militar-clerical del ’76, que incluyen en
reuniones a militantes neonazis, que obligan a los que menos ganan a
hacer un “sacrificio” por la Nación mientras las arcas de los que más
tienen se siguen llenando.
La pugna entre el peronismo y alianzas antiperonistas (ambos
conservadores) siempre tiene la misma fortuna y son movidos por la
criminalización del “otro” y el miedo a la pérdida.
Pero lo grave de este cuadro es que la paradoja se presenta en el
seno de la clase trabajadora que quiere ser PRO y “alegre”, ya que
renuncia a su identificación con el que menos tiene por una falsa
representación (falsa-consciencia) impuesta (acrítica) con el azote de los medios masivos de comunicación.
Son los trabajadores quienes sufren el síndrome de Estocolmo, son ellos los que reeligen su propio martirio, su victimario, porque prefieren la “felicidad” a libertad, entendida como auto gobierno, autonormatividad y derecho a la palabra, i.e., autodeterminación.
* Renzo Righelato, director periodístico de AIM.
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