sábado, 10 de septiembre de 2011

Nuestra lucha sí es contra la ideología de la clase dominante

La falsa consciencia genera Servidumbre Voluntaria. El falso carnaval y la falsa jocosa alegría de las fuerzas conservadoras (tanto los partidos tradicionales, como las llamadas nuevas propuestas) lo único que hacen es consolidar el status quo, que lejos está de modificar las relaciones de producción, por lo que reconocemos que nuestra lucha sí es contra la ideología dominante. Por: Renzo Righelato*

La idea de reforzar el concepto de falsedad es un recurso consciente (antiestético para la redacción periodística) pero efectivo en la operación que pretendo inducir, i. e., la redundancia no es casual sino que será causal. Remarcar la negatividad de lo que se presenta como alegre y victorioso nos permite comenzar a desnaturalizar un discurso que mucho omite y que poco dice y que nada real modifica y que nada sustancial plantea –aquí también existe una intencionalidad del polisíndeton que resulta poco bella, pero útil para el fin.

Algunos hablan de una “disyunción de modelos”, falso. Otros hablan de una conciliación alegre con “propuestas” entre las clases, más falso aun. La pugna por el reconocimiento es una lucha a muerte con nuestro enemigo, a saber, las patronales; una construcción colectiva y solidaria de quienes vendemos nuestra fuerza de producción en un sistema asimétrico, que legitima la violencia de un Estado burgués que defiende la propiedad privada de unos, consolida la inmoralidad especulativa bancaria y reafirma el carácter positivo de nuestra enajenación, de nuestra capacidad de autogobernarnos.

El Estado, al igual que la religión y el mercado, fomenta la pérdida de la isegoría, la isocratía y la isonomía. La falsa consciencia de un ficticio progreso y un ascenso en la escala social refuerza el procedimiento por el cual la mayoría no se reconoce en las leyes, ignora la igualdad en el diálogo y rechaza la posibilidad de autogobernarse.

§ 1. El fin de la ideología es una ideología.
Me indigné con los discursos de dirigentes que hablan de igualdad cuando lo único que se igualan son sus cuentas en dólares con la de los magnates del primer mundo; pero más me genera estupor la clase que vota a quienes negocian inmoralmente con las patronales y las palabras de mis congéneres, quienes hablan de propuestas que sólo plantean consolidar y ser funcionales a un Estado que no está para servir a los trabajadores. Este último punto es el que más me llama la atención, ya que niegan el conflicto de clases y reducen la práctica política a iniciativas paupérrimas que nada cuestionan lo establecido, i. e., traicionan el programa de la juventud: cuestionar, innovar, subvertir.

La renuncia se manifiesta como síntoma de la falsa consciencia; la renuncia al programa de la Ilustración de la burguesía puede responder a dos causas: la una, una formación cristiana o mercantilista fundada en la revelación y en pensamientos animistas que lejos están de los ideales revolucionarios; la otra, la ignorancia producto de la ausencia de reflexión crítica, por sujetarse a doctrinas nacionalistas y populistas que se constituyen en dogmas; por acción u omisión. Pero como se instaló, ninguna de estas posturas tiene nada de naif, sino que son estructuralmente funcionales a un orden, el orden, su orden, el de la relación social dominante, el del capital. Los jóvenes funcionales a los partidos conservadores saben qué hacen cuando borran de la esfera pública determinados significantes o vacían de contenido los mismos, banalizándolos y corriéndolos del Ágora, para instalarlos en la doxa infundada, objetable, opinable, fungible. Esa operación niega y rechaza la verdadera lucha de clases, por lo que se constituye en una postura moralmente reprochable, desde las clases trabajadoras.

En este contexto, podemos afirmar que no se trata de globos de colores (como en las fiestitas de niños heterónomos en sus cumples de infantes), menos aún de más televisores, más futbol, más televisión digital, i. e., narcóticos despolitizantes. El desafío, pienso, es la recuperación de los procesos dialógicos, que nos permitan reconocernos en el diálogo con nuestro par y poder afrontar a nuestros enemigos, a las patronales explotadoras protegidas por las fuerzas coercitivas del Estado de clase. Así, en la pugna por el reconocimiento venceremos y recuperaremos nuestras isegoría, isocratía e isonomía. Así, la dialéctica del amo y el esclavo se cerrará con nuestra victoria, no con un trabajo que nos enajene o un Estado que nos cosifique. Así y sólo así se concretará nuestra verdadera y auténtica lucha contra la ideología dominante por nuestra libertad. Así, en nuestra pugna (como sujetos autónomos) por el reconocimiento, por el sentido, escribiremos nuestra historia, de eso se trata: de la lucha, el polemos, por nuestra libertad.

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