La práctica educativa es una herramienta fundamental para la conquista de la libertad, no para ascender de clase; es un derecho, que la burguesía universalizó y que la revolución conservadora tornó en un bien de uso y cambio, en una mercancía, síntoma de una lógica que terceriza las obligaciones del Estado. Las consecuencias de estas políticas maquinadas por las clases dominantes refuerzan la falsa conciencia y sostienen el status quo.
Para cerrar el año volví a caer en lo que en algunos ámbitos el tema es un cliché y su carga pragmática es desprestigiada por olvidar los debates lógicos, ontológicos o, lo que algunos llaman, meta-ontológico.
Sin embargo, desnaturalizar algunas prácticas políticas y sus consecuencias en nuestras vidas es lo que me movilizó durante este año para poder escribir y tratar de arrojar –eyectar- a la esfera pública por medio de estas lecturas, que pretendieron ser un puntapié para generar debate. En esta última nota, el problema es la práctica educativa y su mercantilización.
La idea surgió ante el injusto financiamiento de las mal denominadas “escuelas públicas de gestión privada” por parte del gobierno, la competencia de los estudiantes universitarios para acceder a una cátedra y su afán por publicar para acumular puntos y así lograr espacios mejor remunerados.
Para Gustavo Lambruschini, filósofo que integra el equipo del Doctorado en Educación de la Universidad Nacional de Entre Ríos (Uner), existe un giro negativo en la concepción de la educación: “la revolución burguesa transformó la educación en un derecho universal, porque todas las personas eran consideradas en igualdad de condiciones de participar en el gobierno y, sobre todo, en la confección de las Leyes. Pero a partir de lo que se podría denominar categorialmente ‘la revolución conservadora’, que otros dicen ‘políticas neoliberales’, se observa un hecho completamente difundido: la educación volvió a ser un privilegio pero, en este contexto, económico”.
Los hombres y mujeres de comienzos del siglo XXI estamos en una nueva bisagra en la dialéctica de la historia, ya que presenciamos la ‘revolución conservadora’ que “se podría fechar como el cambio histórico que se produce cuando líderes como Margaret Thatcher, Ronald Reagan, Helmut Kohl, antecedidos por la revolución que se produjo en el Partido de Dios con el papado de Karol Wojtyła” dieron inicio a la “privatización” de los derechos: “se transforman los derechos en mercancías: quiere educación, páguela; quiere salud, páguela; quiere una casa, páguela”.“Hay que recordar que la educación siempre fue un privilegio, que en principio fue de carácter sacerdotal”, dijo a AIM el docente, quien rememoró que el emperador del sacro imperio Romano Germánico, Carlomagno, “era analfabeto, es decir, que el poder simbólico siempre lo tuvo el poder sacerdotal”, e insistió que fue la revolución burguesa la que universalizó la educación “en su carácter estrictamente republicano, no existe educación (moderna) que no sea republicana, en el sentido de que cualquier individuo -porque está en condiciones de ser gobernado- esté en condiciones de gobernar”.
Hay dos grandes formas de entender la práctica educativa: “La más tradicional, entendida como la instrucción, que centra la educación en el maestro, en el docente, en el doctor, palabras que aluden al hecho de que hay alguien que enseña y otro que, más pasivamente, aprende.
Pero en el siglo XVIII (Jean-Jacques) Rousseau introdujo un "giro copernicano" y exigió, yo creo que con razón, que la educación debe centrarse en el sujeto que aprende”. En otros términos “en la primera idea de educación existen los catecúmenos que aprenden un catecismo de un maestro que está en posesión de conocimientos y valores a los que él accede de un modo privilegiado. Maestro quiere decir "que es más", viene de la misma raíz de majestad (maiestas), título que se le atribuye a los príncipes y reyes.
Por otro lado, a la idea que adhiero, se entiende a la educación no como instrucción, sino como Bildung, o sea, auto-formación, que vendría a ser un proceso autónomo, por un lado, donde se satisfacen los intereses del cerebro y la razón y, por otro lado, que sea auténtico, que también satisfaga a los del sentimiento y el corazón, donde el sujeto se autorealiza, teniendo respecto del orden social existente, una autonomía. Por lo tanto el proceso educativo debe ser entendido por el lado del que aprehende”.
Lambruschini indicó a AIM que “el concepto sistemático, último, vendría a ser que el proceso educativo se piensa con el ideal regulativo de la autorealización del sujeto, que no solamente es de carácter cognitivo y moral sino que también incluye el carácter personal y existencial”, aseguró el filósofo.
La educación en Argentina
El Estado Argentino “se desinteresó de la educación a partir de los ´50, concretamente del ´55 en adelante, por lo que se observa que no hay un compromiso del bloque de la clase dominante con la instrucción pública y a partir de eso se fue desprestigiando la figura del maestro y los mismos profesores perdieron el sentido de qué es ser un educador, al punto tal que si hoy por hoy se pregunta con sinceridad por qué se enseña lo que se enseña hay muchos que tienen una inmensa perplejidad”.
La crisis de la identidad del educador “provocó que muchos consideren la educación como algo de lo cual uno se gana la vida exclusivamente”, pero aclaró que “en realidad es un trabajo con otros componentes que no son del orden de la relación laboral: la autocomprensión de la práctica educativa no puede entenderse en términos técnicos solamente, sino que tiene que comprenderse en términos éticos y políticos”. La ‘revolución conservadora’ tuvo su momento destacado en nuestro país con Carlos Menem, donde se borraron los referentes empíricos de la educación como un sistema educativo nacional: “qué tiene que ver una pequeña escuela que está fuera de los boulevares de Paraná con el Colegio Nacional de Buenos Aires, donde la matrícula se obtiene luego de rendir un examen de ingreso, para el que los alumnos se preparan por años para poder ingresar o con el Colegio Cardenal Newman, donde los jóvenes salen sabiendo un par de idiomas y tocando el violonchelo”, se preguntó.
“Existe una educación absolutamente de elite y existe un reducto donde a los niños y jóvenes se les da de comer, porque uno no le puede dar el pan del alma a quien no tiene el pan del cuerpo. La palabra "sistema educativo argentino" perdió su referencia empírica, en el sentido de que son tan dispares una y otra institución que no se podría hablar que la elite argentina educa a sus niños de la misma manera que el proletariado y los expoliados argentinos”, dijo el profesor, quien aseguró: “no es la misma escuela, el viejo anhelo o lo que fue la escuela de (Domingo) Sarmiento o de (Juan) Perón, donde el más encumbrado de los burgueses y el más humilde de los trabajadores pudiera enviar a sus hijos a la misma institución disimulando su pertenencia social bajo el democrático delantal blanco”.
Sin embargo, consideró que el hecho “que la clase dominante argentina manda a sus hijos a las escuelas privadas no sería tan escandaloso, si no viéramos que incluso aquellos trabajadores que tienen cierta holgura o restricción económica prefieren sacrificar otras demandas para enviar a sus hijos a instituciones privadas”, porque consideran que con una mayor formación podrán ascender en la escala social, producto de la falsa conciencia burguesa.
La mentira de “lo público de gestión privado”
Para Lambruschini, el gobierno destina gran parte de su presupuesto educativo a lo que los funcionarios mal llamaron escuelas ‘públicas de gestión privada’; “hablar de público de gestión privado es un trabalenguas, hay que recusarlo de entrada: o la institución es pública o es privada, la palabra privada lo que hace es disimular una inmoralidad”.
Para el filósofo, "es inmoral que el Estado destine fondos de los contribuyentes a una formación confesional", ya que “por una parte, el hecho de que haya ahí valores morales y verdades confesionales, que son aquellos que solamente son válidos para algunos pero no para todos, que no son valores universales como pueden ser los Derechos Humanos o verdades universales que pueden ser aceptadas por todos como las de las ciencias, entonces estas instituciones socializan a los niños y jóvenes en los términos de verdades y valores confesionales, que destruyen el programa republicano de la educación y retrotraen a un mundo premoderno, que es el mundo donde no se cree que exista la igualdad”.
Además, que el gobierno fije recursos para financiar una desigualdad no responde a un programa igualitario, sino que es producto de una lógica que falsea la realidad sosteniendo el prejuicio del ascenso social con una formación diferenciada en escuelas privadas.
Lo que hace el Estado es administrar el dinero de los ciudadanos; los recursos no son del Estado, sino que lo aportan los contribuyentes, “por lo que se debería consultarle si quieren financiar eso”, agregó Lambruschini, quien señaló que “se debería preguntar si se quiere financiar una institución privada, una fundación o los cultos protestante, evangelista o católico y que de su sueldo se deduzca eso, como en otros países”.
Falsa conciencia
Existe un prejuicio de la clase trabajadora: “lo que veo es que acá hay un círculo envenenado: si uno se pone en el punto de vista de ver en el sistema educativo una polea de ascenso social”, camina por sendas oscuras y confusas, ya que “la falta de solidaridad de clase es el hecho de que la sociedad está completamente penetrada respecto de que las personas individuales creen que pueden tener una salvación individual, pero esto es porque no comprendieron la relación social donde están insertos”.
“Si un burgués piensa en términos individuales es completamente comprensible, porque la tarea de la burguesía consiste en reproducir su propio capital, pero si un trabajador piensa en términos individuales está perdido, porque él jamás podrá emanciparse, salvo que tenga un golpe de suerte o robe un banco, pero como trabajador y trabajando nunca podrá salir de esa relación social a menos que lo haga con el conjunto de sus pares y, que se de al mismo tiempo, un cambio en las relaciones sociales”, consideró.
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