Paraná esta atravesada por tres arroyos urbanos. Algunos tramos de los cauces son invisibilizados y otros se constituyen como el reflejo de una sociedad excluyente, ya que en sus márgenes se asientan sectores vulnerables, que viven las consecuencias estructurales de un sistema económico y que padecen la falta de planificación urbana. Los caudales cortos de agua en la cartografía paranaense desnudan conflictos sociales, económicos, ambientales, culturales y estéticos.
El paisaje de la ciudad es el resultado de una combinación dinámica –en movimiento- de elementos físicos, biológicos y humanos. Paraná está situada en la margen izquierda del río homónimo, sobre un terreno que se caracteriza por una red hídrica, que en gran parte se encuentra oculta bajo estructuras.
Los arroyos urbanos, son los cursos de agua que están dentro de la cartografía de la ciudad. En Paraná hay tres: El Antoñico, La Santiagueña y Las Viejas o, también llamado, El Colorado.
El Antoñico nace al este, detrás de las vías de la estación ferroviaria, y atraviesa los barrios San Agustín, Belgrano, La Floresta y desemboca en el río, por lo que es el más importante, por su extensión y los conflictos que se observan en sus márgenes. La Santiagueña tiene una dirección NW-SE y está ubicado en el centro norte de la ciudad, en tanto, el arroyo Las Viejas o Colorado, recorre el este.
La vida a la vera de los arroyos, no solo devela cómo el hombre reprimió y silenció la naturaleza, sino que también se constituye como un problema político, ya expone el fracaso de la promesa moderna de una sociedad universalmente justa.
Desde ésta lectura el problema se presenta como una díada: la vida a la vera de los arroyos de los sectores cadenciados y la “desaparición” de los cursos en el centro de la capital, como producto de un desarrollo urbano que utilizó tecnologías del movimiento, la salud y del confort privado para intentar satisfacer las pretensiones de un individuo moderno.
Cuando el agua te corre
Patricia vive y trabaja a la vera de Las Viejas, su cuñada y sobrinas tuvieron que mudarse en diciembre ante las inundaciones, ya que su vivienda quedó reducida al segundo piso. Rubén, habita a sobre la margen del arroyo Colorado con su familia y durante la crecida debió autoevacuarse. En tanto, Gabriel y Juan son cirujas que se asentaron frente al Antoñico, como Miriam, quien vive de planes sociales y convive con sus cuatro hijos. Todos, de diferentes maneras, sufren los avatares de la naturaleza y las consecuencias del sistema económico, que los excluye del mercado formal de empleo. Relatos como los que expondremos se reiteran por toda la ciudad a la vera de estos tres cursos de agua que en los sectores suburbanos son librados al azar y en el centro son ocultados o avasallados por intereses económicos o estéticos.
“En la última inundación por el desborde del arroyo, el agua empezó a filtrar por el piso, luego subió la humedad y de golpe nos encontramos con que era más el agua que estaba adentro que afuera”, relató Patricia a Barriletes. Al respecto, detalló que debido a las lluvias la cosa empeoró: “Subió el arroyo, se comenzaron a tapar los caños y el agua se estancó, siguió subiendo y de a poco tuvimos que sacar las cosas, porque el agua no daba tregua”.
A principios de diciembre del 2010 “había humedad, el 18 toda la casa estaba inundada y el agua no bajó hasta marzo”, recordó Patricia quien agregó que la cuadra donde vive estaba anegada.
“A nosotros, la inundación, nos perjudicó de dos maneras: primero porque nos llenó de agua la casa y mi cuñada con sus hijitas tuvo que irse de acá y luego en un aspecto económico, porque nosotros tenemos el quiosco y con el agua se hizo imposible trabajar”.
En ese sentido, relató que en el verano, estación en la que mayor movimiento hay en la zona, vivieron una situación muy complicada: “Tuvimos que poner tarimas sobre el agua para no dejar de atender a los clientes, se hizo muy duro, se armó como un muelle dentro de la casa, levantamos las heladeras y seguimos trabajando”.
Asimismo comentó que “cuando se inundó la casa, al caminar por el comedor, se podían ver los pescaditos que nadaban para todas partes cada vez que se movía algo o que se circulaba por esos lugares”.
También rememoró que con los vecinos y turistas que recorrían la zona se pescaban en la calle: “Se juntaba toda la gente en la escalera y pescábamos, sacábamos armaditos chiquititos”.
La experiencia de Rubén fue diferente. Él no se quedó durante la inundación, sino que con su familia se autoevacuó: “Cuando el agua se vino hasta la casa nosotros sacamos todos los muebles, nos fuimos a otra casa y esperamos que baje el agua”.
“Cuando vimos que se estaba inundando todo nos agarrábamos la cabeza y no sabíamos para dónde disparar; no sabíamos qué hacer con las cosas, entonces enseguida agarramos un pedazo de cable y colgamos los colchones arriba del techo, para que no se mojen. Después de cuatro semanas pudimos volver”.
Por su parte, Gabriel vive en una casilla de chapa con su esposa e hijo, el paisaje que observa no es muy alentador, ya que frente a él la basura tapa parte del Antoñico.
“Acá come mucho la barranca y en la última lluvia hubo problemas de derrumbe y se inundó todo; el agua sube desde la cancha y hubo varias casitas, muchos ranchos, que quedaron anegados”, apuntó.
En ese caso, las situaciones extremas no fragmentan, sino que fortalecen lazos por un proceso de identificación de quienes viven en ese espacio, ya que la comunidad sostiene ritos de interacción, debido a quienes conviven son “todos muy unidos”, ya que cuando hay inundaciones o se presentan problemas se ayudan los unos a los otros, “sacando cosas de las casas o acompañando como se puede”.
Para Gabriel, el arroyo “se tiene que entubar o hacer una planchada para que el agua pase bien, para que no pase más esto”, sin embargo se mostró escéptico ante sus representantes, ya que según le contaron “hubo plata para entubar todo el arroyo, pero los de arriba –los gobernantes- se roban todo y no hicieron nada, se comieron la plata”.
La historia de Miriam no es muy distinta a la de sus congéneres que habitan a la vera del arroyo, ya que sostiene su familia gracias a los planes sociales y padece las inundaciones.
“Cuando llueve se llena de agua, hay desmoronamientos y se rebalsa el puente, lo que genera humedad y hace que los chicos o yo nos enfermemos”, recapituló Miriam, quien recordó: “Hace unos meses, cuando se inundó todo acá, nos evacuaron a un comedor, por lo que perdimos algunas cosas y muchas criaturas quedaron sin documento, justo cuando comenzaban las clases. Además yo me enfermé, ya que tengo neumonía y con los cambios de tiempo me agarra bronco espasmo, pero ahora ando bastante bien”.
Al igual que Gabriel, Miriam no confía en los dirigentes políticos, ya que “te dicen una cosa y después hacen otra, ellos no hacen nada”.
Juan, como Gabriel, también es ciruja y posee su casa “hace tres años, al costado del arroyo”. Según relató, desde que vive ahí se presentan diferentes situaciones, ya que advirtió que no solamente existen problemas generados por los fenómenos climáticos, sino que, además, hay dificultades sanitarias debido a que “mucha gente tira basura en el arroyo y los gurises, las criaturas, se bañan ahí, más que nada en verano”.
“Con las inundaciones siempre necesitamos una ayuda, porque se desborda el arroyo y se desmoronan algunas partes, pero lo que hay es un grupo que anda en la política que viene y reparte un bolón o un nailón y piensan que con eso solucionan las cosas y no es así, ya que muchos pibes cuando se inundan pierden la mayoría”, de sus bienes, reveló.
“Lo más lindo sería que entuben y nos den una vivienda digna para todos. Porque hay muchas necesidades al costado del arroyo”, afirmó.
Cosificación de la naturaleza: “La ciudad le dio la espalda a los arroyos”
Otra historia es la que nos contó Javier Arrieta, quien es uno de los especialistas que realizó junto al Foro Ecologista de Paraná, una investigación sobre la situación de los arroyos urbanos. En diálogo con Barriletes, explicó que los cursos de agua que atraviesan la ciudad “están muy contaminados e históricamente fueron vistos como un obstáculo que hay que borrar y no como parte orgánica del territorio”.
“El impacto de los arroyos, como están actualmente, es muy fuerte, ya que la ciudad creció a espaldas, los negó y transformó en lugares muy oscuros. Son espacios donde los sectores marginados se han ido asentando”, observó.
Según el estudio, “los cordones de marginalidad que se dan en las periferias de las grandes ciudades, en este caso, se asientan, más que nada, sobre la vera de los arroyos y existen algunos sobre el contorno”.
Para el profesional, “hay lugares donde nos es conveniente asentar población, porque se conservan tierras que aun no fueron intervenidas, por lo que están fértiles y, además, porque por cuestiones de erosión, físicas y biológicas ponen en riesgo a la población que se asienta en esos márgenes”.
En ese sentido, apuntó que “hay lugares que todavía no fueron ocupados y que presentan ciertos riesgos para la ocupación, entonces sería inteligente por parte de la ciudad poder plantear en esos espacios, ya que además son húmedos y fértiles, la posibilidad productiva”.
La denominada “posibilidad productiva” en torno a la situación coyuntural que hoy persisten pretende “entender que pueden funcionar huertas orgánicas urbanas con capacidad para restablecer el trabajo y el tejido comunitario y social en lugares donde se han roto: son oportunidades productivas y sociales, para recomponer las redes que fueron seccionados”.
Falta de conciencia
La basura no es una condición propia de los arroyos, sino que según el estudio, la falta de conciencia y solidaridad de los ciudadanos convierte esos cursos de agua en minibasurales: “Los arroyos fueron como la parte trasera o el patio de la ciudad, ya que una gran parte de la basura va al bolcadero y otra es arrojada en el camino o en los caudales cortos de agua”.
“Se deben trasladar las responsabilidades de por qué suceden estas cosas, ya que la tarea educativa debería estar a cargo de quienes gestionan las ciudades y además la propia comunidad debe ser conciente de que tiene que conservar esos espacios, para lo que se precisa tener una educación ambiental”, contextualizó.
Culturalmente “hay un vacío: la gente tira la basura a los arroyos porque se amontona la basura en ciertos lugares y el propio cirujeo que se producen en estos barrios informales en situaciones de marginalidad, lo que no se reutiliza o se puede aprovechar lo vuelcan a los arroyos, es una situación más compleja que el propio entubamiento del arroyo, que es una alternativa o respuesta muy reduccionista y simplificada del problema, que es más complejo y el arroyo no tiene nada que ver con esta situación”.
“El arroyo tal cual funcionó naturalmente no debería por qué traer estos problemas, que son ajenos, generados por la definición de seccionar el ecosistema”, aseguró.
Consecuencias del entubamiento
Desde la perspectiva de Arrieta, las intervenciones como los entubamientos y las sistematizaciones “no son positivas, ya que al contener los arroyos se desarma toda la cobertura vegetal que tiene y se secciona la capacidad biológica y la impronta propia, porque un humedal es un ecosistema que tiene un montón de relaciones biológicas y ecosistemitas”.
“hay que hacer un balance de prioridades de importancia, ya que los valores de las tierras urbanas ejercen presiones para drenar o tapar éstos lugares, que terminan siendo diseccionaríos a la hora de ejercer usos sobre estos espacios”.
“Los procesos de urbanización van decidiendo por sobre cómo se ejercen las políticas de intervención en el territorio, entonces poco importa que haya un arroyo si sobre esos lugares hay un uso especulativo o urbano”.
En ese marco, comentó que actualmente las bocas de los entubamientos “están todas tapadas: hay partes de autos, heladeras, ramas, lo que hace que el curso normal termine estancándose, lo que hace que proliferen vectores endémicos. Por ello, es importante entender que la recuperación e inclusión de los arroyos en los sistemas de los espacios verdes, no deberá ponderar únicamente los aspectos desde un punto de vista estético o paisajísticos relativos”.
“Actualmente se cree que la recuperación del arroyo es solamente por una cuestión estética o recreativa, pero en realidad también responde a un rescate que valore la importancia social, ecológica y económica, la capacidad productiva que pueda llegar a haber en torno al desarrollo de los humedales”.
Desbordes de los arroyos
Los desbordes de los arroyos “son producto del acrecentamiento de los regimenes pluviométricos y las caudalosas lluvias que se encuentran con instancias no previstas. El arroyo como parte de la naturaleza es un sistema dinámico y a lo largo de la historia no tuvimos los regimenes pluviométricos que tenemos hoy, entonces pedirle al arroyo que se amolde a las condiciones urbanas por ahí también es medio complicado”.
“Por eso el accionar en planificación urbana deberá atender a los cambios dinámicos que tiene la situación coyuntural del medio ambiente, se tendrá que ser previsores y prepararnos a futuro, para ver cómo reconvertimos estas áreas, para que no se produzcan los problemas que hoy se están generando”.
Para Arrieta, el gobierno “tiene que realizar un trabajo inteligente y realmente integral sobre la situación actual con las personas afectadas por los arroyos”, ya que interpretó que se debe articular el trabajo de diversas áreas estatales: “No solamente hay que atender a la asistencia cuando se esta en situación de emergencia o riesgo, sino que se tienen que generar políticas claras para que cuando se intervenga en estos lugares se pueda plantear un reordenamiento de todos estos sectores, para relocalizarlos con un sentido de urbanidad y pertenencia a dónde están, para que no corten sus lazos y no generar problemas sociales”.
“Así es que hay que planificar cómo se podría trasladar a los afectados a zonas habitables, con emprendimientos idóneos, con viviendas dignas, para que las inversiones sean eso y no gasto público. El que se inundó una vez y se le dio una asistencia luego se reitera en esa práctica porque cada vez que llueve se repite la situación”, consideró. Consecuentemente “hay que determinar cuáles sectores a la vera de los arroyos están afectados, trasladarlos a lugares donde se los resguarde y generar condiciones dignas y habitables para esas poblaciones con las posibilidades productivas”.
“Las inversiones no deberían volcarse al entubamiento de los arroyos u obras faraónicas que tienen un impacto ambiental muy grande, sino que debería volcarse a generar o dar pertenencia de urbanidad a los sectores marginados”, expresó.
Reordenamiento territorial
“Hoy hay una oportunidad para realizar un reordenamiento territorial teniendo en cuenta los arroyos”, aseveró Arrieta, quien aclaró que primero habrá que “entender cuál es la dinámica, ya que los factores climáticos no son los mismos de los últimos tiempos, porque hay regimenes pluviométricos más acentuados, lo que hace que haya elementos determinantes e indeterminantes a la hora de planificar”.
“Hay que comprender el área de cuenca, no solamente los arroyos como hilos donde pasa agua por la ciudad, sino toda una gran extensión que forma parte de esa cuenca, que, en definitiva, es el área de escurrimiento”.
La importancia del rescate de los cursos de agua urbano se debe a que si en un lugar que por naturaleza es permeable y se lo tapa, “seguramente ese escurrimiento no podrá ser absorbido y tendrá que ir a algún lugar, lo que generará inundaciones parciales en parte de la ciudad que actualmente no las tienen”.
“Paraná tiene actualmente casi un tercio de los espacios públicos que la Organización Mundial de la Salud considera que se deben tener para que pueda ser habitable, tiene una gran carencia. A eso se suma que la mayoría de los espacios verdes están sobre el borde costero y sobre el resto de la ciudad, donde desempeñamos nuestras funciones, hay una pobreza muy marcada y los arroyos al estar metidos dentro del territorio urbano sería una posibilidad para reconvertir la situación de la coyuntura de la ciudad”, añadió.
El reordenamiento, “podrá generar espacios públicos con contenido social: ferias, desarrollos productivos y culturales, que trascienden lo ambiental para constituirse con un enorme potencial social”.
Bibliografía:
Analía Romanello. Indicadores visuales de degradación de unidades ambientales en Paraná.
Richard Sennett. Carne y Piedra.
Fuente: Nota que realicé para la revista Barriletes de Paraná.
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