Cansados y cansadas de ser explotados, maltratados y humillados por la patronal, los trabajadores y trabajadoras de la fábrica de algodón de Paraná “Ejemplar”decidieron arriesgar sus su fuente de ingreso y luchar para ser reconocidos por sus empleadores, pugna que comenzó hace un año atrás y desembocó en la autoconciencia del sector más vulnerable de la empresa y la posibilidad de que la algodonera pase a manos de los obreros.
“Esto se inició en marzo del año pasado cuando se realizaron las primeras reuniones para ver qué se podía hacer con las condiciones laborales, porque hubo un incendio bastante grabe en el turno de la noche, donde los matafuegos no funcionaron y las llamas se extendieron por casi toda la fábrica”, recordó Mariángeles Parodi, joven trabajadora que se apropió de su rol de obrera e hizo suyas las reivindicaciones del sector al que pertenece.
En ese marco, apuntó que luego del accidente “se tomó conciencia que lo que estaba en juego era la vida de los trabajadores, más allá de que en esa época ya se pagaba en cuotas los sueldos, los obreros no tenían agua potable y había montón de derechos laborales vulnerados”.
Las voces comenzaron a susurrar, luego a tramar y finalmente a gritar más fuerte: en mayo del 2009 se comunicó a los dueños de la empresa que los trabajadores habían gestado la Agrupación de Algodoneros Unidos en el marco de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA). El proceso de formación sindical, inició formalmente la lucha por el reconocimiento. La reacción de la patronal no fue positiva, sino que actuó tiránicamente, para infundir el miedo: “En septiembre despidieron al compañero Juan Castañeda, que fue uno de los autores ideológicos de que nosotros comencemos a reclamar lo que nos correspondía”, rememoró Mariángeles.
Sin embargo, la reacción no produjo el efecto deseado, ante la arbitrariedad de los empleadores “se organizó la primera movida al frente de la fábrica, donde se exigió la reincorporación de Juan, acción que fue vista como una aberración y generó una persecución mayor a los trabajadores y sobre todo a las mujeres, por parte del ingeniero Alberto Vivas”.
“Vivas nos sancionaba por causas insignificantes, si lo mirabas mal te enviaba a limpiar el baño o enfardar, que era el castigo más severo, porque es un trabajo muy pesado”, apuntó Mariángeles, quien aclaró más allá de todo, las mujeres que sufrían esos abusos los soportaban, porque no les quedaba otra, ya que sino se las sancionaba con cuatro o cinco días sin goce de haberes.
El castigo no era una práctica no remunerada, sino que “el personal jerárquico tenía otros intereses, si sancionaban a los obreros les pasaban horas extra, entonces todas las horas que no se pagaban a la `plebe´, la cobraban ellos”, comentó la trabajadora, quien agregó que la actitud del personal jerárquico fue producto de la acción de los dueños de la empresa que fomentaron “un proceso de quiebre el grupo, por lo que había un enfrentamiento entre trabajadores”. El adjetivo “plebe” que utilizó Mariangeles no fue elegido casualmente, sino que fue síntoma de la división generada: “Una noche subí a la oficina a tomar agua y encontré un papel que decía ¨hacele firmar los recibos a la plebe¨ y eso nos cayó muy mal, porque todos estábamos el mismo nivel, llevábamos la misma camisa, la misma mochila: la de ser laburantes”.
“Acá quedó claro que había gente para castigar y castigada, no todos éramos iguales. Los encargados seguían las ordenes del patrón y la plebe, como ellos nos decían, éramos los subordinados susceptibles de ser sancionados”.
La coerción no sirvió a las finazas de la empresa, “el abono fraccionado de sueldos generó que la cosa se ponga más difícil”, afirmó Mariangeles, quien explicó: “Cuando trabajas ocho horas por 1.300 pesos y no te pagan, te apreta el bolsillo, tu familia, las deudas y la conciencia de no tener todos los días un plato de comida en tu casa, lo que te genera bronca e impotencia”.
Cuando la situación se complejizó producto de la falta de respuestas, el dueño hizo una reunión con los trabajadores y pidió una oportunidad, que fue aceptada por la asamblea, pero el panorama no mejoró: “Terminamos yendo el 31 de diciembre a la empresa a buscar 100 pesos para pasar las fiestas. En ese contexto se realizó otra asamblea donde se definió un telegrama de retención laboral, por el que se le avisó al empleador que no había más plata para moverse, comer y vivir, en definitiva”. La decisión de comenzar acciones directas respondió a que “se generó un mal clima en el ámbito de trabajo debido a que al no cobrar había muchos roces entre los trabajadores y para salvaguardar la paz en la empresa, porque no podíamos pelearnos con nuestros compañeros por culpa de la patronal que no pagaba, se votó el envío del telegrama”.
“La cosa no se soportaba más, veníamos con una explotación laboral desde hace años: trabajábamos en días y horarios que no correspondían, los sueldos eran paupérrimos, no nos pagaban horas extras y no había condiciones laborales dignas, en definitiva nos cansamos que ellos sigan ganando con esclavos”.
La insurrección como reivindicación
El 2010 comenzó y los trabajadores y trabajadoras no se quedaron con los brazos cruzados, luego del enfrentamiento con miras al reconocimiento, los obreros definieron consolidar la conciencia de clase.
“Se hicieron asambleas y se inició un proceso de formación a los otros trabajadores que no estaban aún en el gremio, porque era preciso que se observara que no se podía trabajar con una patronal que nos ninguneaba y basureaba cuando quería y con un ingeniero que nos explotaba y perseguía”, aseguró.
Sin goce de sueldos, con la empresa en quiebra: “Instalamos una carpa frente a la fábrica, ante la posibilidad del vaciamiento; realizamos un fondo solidario de huelga, para ayudar a quienes no cobraban su salario; iniciamos la conformación de una cooperativa, con la posibilidad de que ese espacio sea gestionado por los trabajadores”.
La lucha de los 34 obreros y obreras aún no concluyó, la ambición y codicia de los dueños de los medios de producción intenta frenar el proceso de autogestión de la fábrica, sin embargo el espíritu insoslayable de lucha y la conciencia generada a partir de la identificación que generó el nuevo espacio de lucha es un buen síntoma de una clase que no se resigna a perder su dignidad y sus sueños.
Nota publicada en la revista Barriletes. Paraná, Entre Ríos.
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