lunes, 17 de mayo de 2010

La emancipación criolla fue rechazada y combatida por la Iglesia

Los tres obispos de la Iglesia Católica Apostólica Romana del Virreinato del Río de la Plata se opusieron al proceso de formación nacional iniciado en mayo de 1810. La falacia discursiva del apoyo clerical a la liberación americana, es producto de historiadores que representaron a las clases dominantes, quines desvirtuaron los hechos y prestigiaron a una institución para continuar la explotación de nuestros pueblos.


Más allá de los obstáculos que pusieron los nobles y la Iglesia a la difusión de ideas liberales, en el Virreinato del Río de la Plata se comenzó a forjar un pensamiento crítico al orden establecido que legitimaba el gobierno monárquico católico español, íntimamente relacionado con el clero.
Producto de la invasión francesa a España, de intereses económicos y las premisas forjados en el continente por las revoluciones burguesas, en mayo de 1810 se desencadenaron una serie de acontecimientos que generaron una sublevación que constituyó en Buenos Aires la Primera Junta. Ese movimiento, culminó con la independencia de Argentina de la Corona española, proceso rechazado por la cúpula de la Iglesia Católica.
Los obispos de las diócesis de Buenos Aires, Córdoba y Salta, se opusieron discursivamente y pragmáticamente a la emancipación de las Provincias Unidas del Río de la Plata. A esa actitud, se sumó la postura del Papa León XII quien emitió una encíclica donde exhortó a los jerarcas católicos de América para “que se dediquen a esclarecer ante sus greyes las augustas y distinguidas cualidades que caracterizaban a ese muy amado hijo, Fernando, rey católico de España, cuya sublime y sólida virtud le hacía anteponer al esplendor de su grandeza el lustre de la religión y felicidad de sus súbditos”.

La postura de la Iglesia ante la emancipación criolla
El 22 de mayo, el obispo de la diócesis de Buenos Aires, Benito Lué, afirmó: “Aún cuando no quedase parte alguna de la España que no estuviese subyugada, los españoles que se encuentren en las Américas deberían tomar y asumir el mando de ellas; éste sólo podrá venir a manos de los hijos del país, cuando ya no quede ni un solo español en él” .
El discurso del religioso develó la apuesta clara y distinta de la Iglesia: repudiar la emancipación y reivindicar la subyugación de los siervos del Virreinato. La enunciación tuvo un correlato con la posición sus pares de Córdoba, Rodrigo de Orellana, y de Salta, Nicolás Videla del Pino.
Sin embargo, obligado por las circunstancias, Lué envió un edicto a la Junta el 26 de mayo donde comunicó: “El Señor Arzobispo, manifiesta obedecimiento a la Junta erigida en esta Capital, pero no puede practicar el patronato requerido por parecerle contaría a las Leyes” .
Al funcionario religioso no le quedó otra que aceptar los hechos consumados y reconocer al gobierno, sin embargo, continuó maquinando estrategias para hacer oposición.
El 27 de mayo, la Junta envió una notificación donde exigió que un canonigo y un dignidad salgan a recibirla, sin embargo esa solicitud no fue aceptada. El 29 reiteró “la orden preventiva” , demanda que fue ignorada por el alto clero: ninguna de las peticiones obtuvo una respuesta favorable.
Por su parte, el obispo de Córdoba impulsó la abierta resistencia junto al virrey Santiago Liniers, sin embargo debió emprender la fuga cuando se acercaron las tropas comandadas por Juan Ramón González de Balcarce. Luego fue apresado y confinado a Luján. Al igual que Lué, Orellana se retractó, pero tramó acciones contra la Junta y protegió a sospechosos de articular acciones contra el sistema, por que fue confinado a Paraná, desde donde huyó a España.
En tanto, Videla del Pino, se dedicó al espionaje y apoyó política y financieramente las invasiones realistas a su provincia, por lo que Manuel Belgrano ordenó su destierro a Buenos Aires, donde murió.

Velar los acontecimientos, para legitimar la hegemonía
La construcción discursiva de historiadores que representaron a la oligarquía, silenciaron la postura de la Iglesia que observó la emancipación latinoamericana como hechos aberrantes y actuó en consecuencia.
En Argentina, no se habló ni desnaturalizó la postura de la Iglesia, sino que se redujo el accionar de la institución a la cúpula y se construyó un andamiaje que resaltó a la acción de unos pocos curas y monjes, quienes se plegaron a la Revolución, pero estaban sometidosal Papado “que era opositor a nuestra libertad, por lo cual nuestra Iglesia fue forzosamente cismática, al igual que la francesa después de 1789, por la misma beligerancia de la Silla Apostólica” .
Pero no sólo los historiadores de la oligarquía y de la Iglesia se ocuparon de resignificar la postura de la institución, sino que fueron más allá: se adjudicó que la ideología de la lucha por la independencia americana era doctrina de la Iglesia. Quienes sostienen esas tesis niegan la influencia de las revoluciones burguesas y las palabras a la Enciclopedia o del Contrato Social de Rousseau y relacionan las premisas de las modificaciones de las condiciones materiales de existencia a las obras de Santo Tomás y Francisco Suárez sobre la soberanía popular y el tiranicidio.

Recuperar la herejía del mayo
Repensar la palabra griega haíresis −de la que derivan herejía y hereje−, para replantear las relaciones de poder a las que estamos sometidos, es el punto de partida para desnaturalizar las tradiciones religiosas y luego romper con ellas.
Desechar la significación peyorativa que le dio Justino mártir al concepto es reconocer que elegir el camino de pensamiento que uno desea, conmueve o convence, es el puntapié para comenzar a cambiar las relaciones de fuerza, ya que la Iglesia en Argentina impone una moral cristiana que excluye a quienes no piensan igual.
La historia oficial tiene amnesia. Todos piensan en el Te Deum del 25 de mayo, pero nadie quiere recordar que la Iglesia Católica rechazó y maquinó contra la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata y de toda América del Sur.
Por ello, no hay que olvidar la postura de la institución contra la nación, hecho que se reiteró en la historia producto de alianzas del clero con el poder secular, pactos que legitimaron golpes de estado, para sostener tradiciones que la beneficiaban y borrar ideas profanas.

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